jueves, 2 de abril de 2009

Alonso y el taxista


La mezcla de recuerdos y emociones, se volvía al paso de las horas, tan homogénea como el líquido dulce y adictivo contenido en las murallas de cristal, que envolvía con la palma de su mano.

Las más de 20 llamadas perdidas en su celular, le recordaban que pronto debería emprender el rumbo y enfrentar lo que por años había preferido olvidar. Pronto debería hacerlo, pero no todavía...

Balanceaba aquel liquido oscuro entre sus dedos con elegancia, cual artista callejero camina sobre una delgada cuerda suspendida en el aire; él se sentía como esa cuerda, siendo aplastado por el peso del recuerdo, sin saber hasta cuando lo soportaría...

Una nueva llamada entrante a su teléfono móvil lo conecto nuevamente con el mundo real.

- ¿Aló?
- ¡Al fin contestas! Te hemos estado tratando de ubicar hace horas.
- ¿Como esta mi madre?
- Ella sufrió una nueva baja de presión y... ella... tu madre acaba de fallecer. Debes venir de inmediato.
- Voy en camino.

Pidió la cuenta con una tranquilidad casi enfermiza, y mientras tomaba su abrigo del respaldo de la silla miro a su alrededor, el escenario distaba mucho del que vio cuando recién había llegado, las caras ya no eran las mismas, y no sabia exactamente si era el ambiente o su propia mezcla de miedo y resignación la que le hacia ver el aire mas denso, como si un nube espesa se mantuviera flotando inamovible a su alrededor.

Tomo el primer taxi que venia bajando por la calle 14, y al abordarlo escuchó, sonando en su interior, la triste melodía de "When mama was moth" de los Cocteau Twins, una canción demasiado conocida para él, acompañante de innumerables tardes solitarias en su pequeña pieza a las afueras de la ciudad, y sin saber con certeza el porque, le traía a su mente recuerdos que hacia mucho había enterrado.

- Esa canción... - balbuceaba - ... ¿porque suena esa canción?... - y al levantar la vista, Alonso se encontró de frente con la mirada penetrante y analizadora del taxista, una mirada reflexiva que no lo soltaba.

- Joven... ¿se encuentra bien?... - le pregunto el taxista mirándolo por el espejo retrovisor, con un tono que reflejaba una preocupación sincera, pero sin obtener respuesta alguna. Alonso estaba paralizado.

- Amigo... - comenzó el taxista nuevamente con una voz cálida y tranquilizadora - no se porque clases de problemas este pasando, tampoco se que clase de persona es usted, pero podríamos avanzar en algo si es que me dice hacia donde se dirige - y terminada esa frase, esbozó una sonrisa tan sana y autentica que hizo volver nuevamente a la realidad a Alonso, quien constantemente se perdía dentro de si mismo.

El trayecto hacia el hospital de la Universidad del Progreso fue algo totalmente inesperado. La conversación fue tan profunda y abierta que los cuarenta minutos de viaje pasaron apenas como unos segundos para Alonso. Le hablo de su infancia, de la reciente muerte de su madre, de su vida solitaria y casi privada de alegrías. El taxista, por su parte, era un ser lleno de esperanza y optimismo, y con cada comentario le infundía a Alonso nuevos bríos. Le contó de la dificultad de encontrar trabajo como arquitecto en la ciudad, y de su hijo, al que no veía hace un año y medio, pero que pronto lograría estar con él para siempre, cuando al fin reuniera el dinero necesario.

Fueron dos grandes amigos que no se veían hace años, derramando historias el uno sobre el otro, olvidando por instantes la realidad. Para ambos el tiempo se detuvo sobre esas cuatro ruedas, mientras sus emociones crecían y sufrían el desapego al miedo de ser encontradas, al miedo de ser descubiertas.

Esta clase de honradez del alma suele crear un tipo de fortaleza en el hombre que lo hace inmune frente a cualquier amenaza, frente a cualquier prueba, lo eleva de su estado y lo hace capaz de afrontar lo que sea. Esto justamente le ocurría a Alonso en ese momento, poco a poco una fuerza en su interior iba expandiéndose y le iba infundiendo el valor que necesitaba para poder mirar a los ojos a Javier, su hermano mayor, y perdonarlo, aun después de todo el daño que le había causado durante tantos años. También podría besar por última vez la mejilla de su madre, quien aunque siempre supo lo que ocurría dentro de su casa, jamás hizo algo, jamás defendió a ese pequeño y frágil niño lleno de miedo, lleno de terror, de ese monstruo que abusaba de su inocencia.

Pero ahora todo era distinto, Alonso se sentía listo para enfrentar sus más temibles miedos, o al menos eso pensaba.

A cuatro cuadras del hospital, y mientras Alonso miraba con tristeza el horizonte, preparándose para lo que vendría, un camión que venia por la pista contraria a exceso de velocidad perdió el control, y en cosa de segundos se volcó estrepitosamente, transformándose en una furiosa masa de metal que destruía todo a su paso. El taxista intento con gran destreza evadirlo, pero ya era demasiado tarde, aquella masa de metal iba directa e inevitablemente hacia ellos. El taxista busco, en aquel último segundo antes de que la colisión lo destruyera todo, la mirada de Alonso por el espejo retrovisor, pero no la encontró, vio solo un asiento vacio, no había nadie más que él mismo dentro del taxi, y justo antes de que aquella masa de metal lo alcanzara, lo comprendió todo...

Al día siguiente su cuerpo fue enterrado al lado de su madre, y curiosamente, al poco tiempo, una raíz creció sobre su tumba, y aunque muchas veces trataron de sacarla, esta volvía y volvía a crecer, hasta que optaron por dejarla, curiosos por saber hasta donde llegaría...

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