martes, 10 de marzo de 2009

El vagabundo

El enojo circulaba por sus venas dificultando el paso de su sangre. Su respiración se volvió casi frenética, casi enferma. Su mirada daba vueltas a su alrededor observándolo todo sin poder detenerse en nada. Sus ojos, enajenados, desorbitaban dentro de su esfera ocular mientras sus manos sudorosas chocaban contra su cadera haciendo un ruido seco y anómalo, siguiendo el ritmo inestable de sus inseguros pasos.
Su tés rosada iba adquiriendo con fuerza un tono inhumano que le daba un aire insano y perverso. Su ropa iba mutando con él, su gabardina negra se rasgaba y comenzaba a tomar un color inclasificable mientras su pantalón gris adquiría una forma ridícula y ajena a la normalidad.
Un nube densa lo rodeaba y lo seguía en su camino, y aunque la mayoría pensaba que aquella nube era expelida por el movimiento de sus ropas maltrechas, el motivo de su olor nauseabundo, más de alguna vez, al encontrar su mirada frente a la mía, sentí una suplica en sus ojos, un mudo grito de auxilio.
La ultima vez que lo vi aun estaba bajo ese puente, gritándole a la luna palabras en una lengua extraña y gutural, pero cuando se percato de mi presencia, se puso de pie torpemente y camino sin rumbo hasta desaparecer entre la niebla...

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